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miércoles, 1 de enero de 2014

A 20 años del EZLN… los indígenas siguen igual. Enrique Cárdenas

A 20 años del EZLN… los indígenas siguen igual


Foto: Cuartoscuro
Foto: Cuartoscuro

Enrique Cárdenas

“Marcos es un ser humano, cualquiera, en este mundo. Marcos es todas las minorías intoleradas, oprimidas, resistiendo, explotando, diciendo “¡Ya basta!”. Todas las minorías a la hora de hablar y mayorías a la hora de callar y aguantar. Todos los intolerados buscando una palabra, su palabra, lo que devuelva la mayoría a los eternos fragmentados, nosotros. Todo lo que incomoda al poder y a las buenas conciencias, eso es Marcos”.
Subcomandante Marcos

Era el 1 de enero de 1994. No había Twitter ni Facebook y el internet era incipiente y clasista. La información llegaba tarde a la población a través de los medios de comunicación, muchos de los cuales estaban bajo las órdenes del gobierno por intereses políticos o económicos.

El presidente Carlos Salinas de Gortari llegaba a su último año de gobierno; una administración caracterizada por las privatizaciones de los bancos y de Teléfonos de México (Telmex), así como por el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.

En esos años también se realizaron reformas en materia de religión que permitieron que Salinas fuera el primer presidente mexicano en recibir al Papa Juan Pablo II en su condición de Jefe del Estado Vaticano, durante la tercera visita a México del Pontífice durante agosto de 1993.

Una época de grandes contrastes entre ricos y pobres. De ahí que naciera Solidaridad, un programa social que buscaba atenuar las consecuencias de la pobreza extrema en la que vivían millones de mexicanos y cuyas raíces aún toman gobiernos de todo tinte.

Había una sociedad apática, un pueblo inmerso en sus propios problemas que no discutía lo que le decía ‘papa gobierno’. El sexenio del 58° presidente de los Estados Unidos Mexicanos transcurría en aparente calma, pero en medio de una crisis económica.

Justo el día en que entraba en vigor el polémico y criticado TLC con Estados Unidos y Canadá, en el empobrecido estado de Chiapas un grupo de indígenas armados con palos y una que otra arma vieja, al mando del autonombrado Subcomandante Marcos, intentó tomar siete cabeceras municipales.

La lucha por los derechos de los pueblos indígenas comenzaba… decía el comunicado que emitió “desde las montañas del sureste mexicano el Comité Clandestino Revolucionario Indígena y la Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional”.

“Al pueblo de México:
A los pueblos y gobiernos del mundo:
Hermanos:
Desde el 1o. de enero del presente año nuestras tropas zapatistas iniciaron una serie de acciones político-militares cuyo objetivo primordial es dar a conocer al pueblo de México y al resto del mundo las condiciones miserables en que viven y mueren millones de mexicanos, especialmente nosotros los indígenas.
Con estas acciones que iniciamos damos a conocer también nuestra decisión de pelear por nuestros derechos más elementales por el único camino que nos dejaron las autoridades gubernamentales: la lucha armada.
Las graves condiciones de pobreza de nuestros compatriotas tienen una causa común: la falta de libertad y democracia.

La respuesta por parte del gobierno de Salinas no se hizo esperar. Elementos del Ejército mexicano llegaron hasta Chiapas para recuperar los espacios ocupados por la guerrilla y tratar de contener y encapsular a los rebeldes. Los llevaron hasta las montañas. Era un logró, decía Salinas, pero lo que no sabía, era que aquellas montañas eran el hogar de los rebeldes, las conocían a la perfección y las convirtieron en su búnker.

El 3 de enero de 1994, el Presidente pronunció un discurso sobre el tema ante legisladores de la Comisión Permanente del Congreso de la Unión.
“Las acciones violentas retrasan la verdadera solución de las necesidades sociales y obscurecen el encuentro de las divergencias.
En cambio, la política, la comunicación franca, ellas sí llegan al fondo de las diferencias y también la acción comprometida frente a los reclamos sociales. Así se construyen y se aportan soluciones.
En México no hay lugar ni tiempo para la divergencia que no se resuelva dentro de la ley”.

La simpatía por el movimiento y el Subcomandante crecía en el país.

El 6 de enero, Salinas de Gortari dio un mensaje a la nación, donde llamó a los rebeldes “profesionales de la violencia”, quienes “apoyados por nacionales y extranjeros asestaron un doloroso golpe al corazón de todos los mexicanos”.

 “Éste no es un alzamiento indígena, sino la acción de ese grupo violento, armado en contra de la tranquilidad de las comunidades, la paz pública y las instituciones de gobierno.
“Es decir, en contra de lo que los mexicanos durante tantas generaciones y con gran esfuerzo hemos construido y que, por eso, tanto apreciamos.
“Lo que hacen es seguir acciones desacreditadas. En los países en donde así ha sucedido, sólo han conseguido destrucción y retroceso”.

La guerra, como la llamaban muchos funcionarios federales, había iniciado. Se dieron algunos enfrentamientos, varias bajas tanto de uno como de otro bando, pero las acciones no pasaron a más. La lucha se transformó en una confrontación mediática.

La mirada del mundo estaba puesta en México y a ninguna de las dos partes le convenía llevar a otro nivel la confrontación.

Se fue Salinas. Terminó su periodo como Presidente el 30 de noviembre de 1994. Asumía el poder Ernesto Zedillo Ponce de León. Su llegada estuvo marcada por la tragedia. El candidato oficial del Partido de la Revolución Institucional (PRI), Luis Donaldo Colosio Murrieta, fue brutalmente asesinado el 23 de marzo en la paupérrima colonia de Lomas Taurinas, Baja California, a unos meses de la elección presidencial.

La noticia conmocionó al país e hizo olvidar por un momento el conflicto armado.

A Salinas no le quedó más que designar como candidato del PRI a la Presidencia a quien fuera secretario de Colosio y gran amigo, aunque rival para él: Ernesto Zedillo.

El 9 de febrero de 1995, Zedillo aparecía ante los medios para ‘desenmascarar’, más de un año después de iniciado el conflicto armado, al Subcomandante Marcos. Para el gobierno federal el carismático enmascarado con pipa era en realidad un profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) llamado Rafael Sebastián Guillén Vicente, nacido el 19 de junio de 1957 en la ciudad de Tampico, Tamaulipas.

Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue el cuarto hermano de una familia de ocho (una hermana es una destacada priísta y otro hermano es panista) y su educación básica la realizó en colegios de misioneros y jesuitas.

“La evidencia descubierta el día de ayer ha permitido identificar a importantes miembros de la dirigencia del EZLN y configurar su presunta participación en la comisión de múltiples y graves delitos.
Consecuentemente, y atendiendo a mi responsabilidad de cumplir y hacer cumplir la Constitución de la República, di instrucciones precisas a la Procuraduría General de la República para que fuesen integradas las averiguaciones previas y sean consignados ante la autoridad competente los presuntos responsables.
Hoy mismo se han librado órdenes de aprehensión en contra de las siguientes personas:
Rafael Sebastián Guillén Vicente (a) Marcos; Fernando Yáñez (a) Germán; Jorge Javier Elorreaga (a) Vicente; Jorge Santiago (a) Santiago; Silvia Fernández Hernández (a) Sofía o Gabriela”.

El gobierno trataba de minimizar la simpatía hacía el movimiento y su líder por medio de detallados datos biográficos de Guillén, pero el efecto al parecer era el contrario, pues cada vez más personas apoyaban lo que representaba el movimiento.

Quizás no una lucha armada como tal, pero sí los ideales que dieron paso al conflicto y que ponían en primer plano lo que sucedía no sólo en Chiapas sino en todo el país.

Los indígenas eran segregados, abandonados, a ningún gobierno les importaban… sólo cuando eran fechas electorales.

Sin embargo, ya han pasado 20 años de aquella irrupción y la vida de los indígenas y los ideales por los que inició la lucha siguen iguales o casi iguales. Siguen segregados, abandonados y sólo son vistos por los políticos cuando buscan su voto.

La pobreza y la pobreza extrema son una carga que aún llevan millones de personas.

De acuerdo con estadísticas del propio gobierno federal, tres de cada cuatro indígenas se ubican por debajo del umbral de la pobreza.

Hace 20 años, cuando la esperanza de un México mejor por el TLC deslumbraba a más de uno, siete de cada 10 personas en el medio rural no tenían ni para la ‘canasta básica’.

De acuerdo con medios, la desnutrición de niños indígenas actualmente es del doble del promedio nacional y la baja talla en menores de 5 años era en 2006 el doble respecto al resto de los niños mexicanos.

Seis de cada 10 indígenas no cuentan con alguno de los cuatro servicios básicos: agua, drenaje, electricidad, combustible.

Incluso, hoy en día, el mismo Manuel Camacho Solís, quien el 10 de enero de 1994 fue designado por el presidente Carlos Salinas comisionado para la Paz y la Reconciliación en Chiapas, admite que el Estado mexicano no ha resuelto las causas que dieron origen a la lucha armada.

En entrevista para el diario Excélsior, el ahora senador por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) dice que “la inequidad, la injusticia, la falta de oportunidades y el hambre se mantienen como los pendientes que el gobierno federal no ha podido solucionar y son las comunidades indígenas las más afectadas”.

Cómo cambia el tiempo a las personas y cómo da vueltas la vida.

Ahora toca el turno del priísta Enrique Peña Nieto tomar cartas en el asunto y atender las necesidades de los pueblos indígenas con verdaderos programas sociales que respeten su cultura, les proporcione las herramientas para salir adelante y logren una real prosperidad.


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